martes, 27 de mayo de 2014

Y Sevilla te bautizó: Macarena.

Dijo un filósofo de Cádiz, que en el amor como en la guerra, para que todo acabe es necesario verse de cerca. Y tiene que ser verdad, para que acabe y para que empiece. En el amor, para que todo empezara contigo, fue necesario verte de cerca. De muy cerca.

Tan cerca, como para que tus ojos negros de hebrea cuajaran como un amor infinito en los míos de niño sevillano. Fue una de esas mañanas de domingo en las que como un niño inocente que mama desde la cuna el sonido de una bambalina rozando el cielo, tu abuela te lleva de la mano desde Triana a la Macarena, para que veas a la Reina de Sevilla.

Así la llamamos los que nos enamoramos de ella. Fina, elegante, y con dos rostros de perfil y mil miradas diferentes para que Sevilla nunca se harte de verla, siglo tras siglo. Como nos vamos a hartar.

Y viene y va por todos los rincones del mundo, que a lo mejor solo es el nuestro, nuestra Sevilla, la mas íntima, la mas adorable, pero también la mas triste y desolada.

Universal, pero porque el universo para los sevillanos eres solo tú. Y despierta mi ciudad todos los días sabedora de que tiene el tesoro mas preciado entre las murallas de Híspalis. Y presume.

Presume mi Sevilla porque lo sabe, que paseas por sus murallas muy temprano, que de la mano de tu hijo sentenciado caminas por el Alcázar, te piropean los Jardines de Murillo, descansas en la Plaza de España, y vuelves a pasear por el barrio Santa Cruz, también presume y lo sabe que no es una mañana sino muchas mas las que te acercas por Santa Ángela de la Cruz, que corres por los callejones de tu barrio y que nunca te cansarás de ser Esperanza para las pobres almas perdidas que necesitan alumbrar un camino diferente.

Esperanza, que todo cabe en tu regazo. Los abandonados, los que se fueron, los enfermos, los que sin venir ya tienen una medalla en la cuna porque la herencia no entiende otro destino, los que necesitan de ti porque no tienen nada, los mayores que no reconocen a sus nietos y en cambio tu cara la tienen clavada en su corazón como un recuerdo inconfundible, los pequeños que no se saben el nombre de sus padres y saben el tuyo.

Esperanza, que queda poca, y que tu alimentas para que sea interminable, que tu llenas y nos transmites mas que nunca la noche en la que tu palio avanza acariciando el suelo de tu reino y tus esmeraldas provocan el brillo de la luna llena, para dar paso a un nuevo amanecer, unas nuevas sensaciones, un llorar intermitente de velas rizadas que contemplan lo incontemplable a esas horas en las que tenemos el corazón roto de quererla tanto.

Pasa la vida, y no termina la Esperanza, no terminará nunca.

Anónima por los siglos de los siglos, porque lo tuyo no tenía nombre, y Sevilla te bautizó, Macarena.




No hay comentarios:

Publicar un comentario