viernes, 26 de febrero de 2016

Una tarde cualquiera.

Era una tarde fría y lluviosa, de estas en la que la primavera se viste de otoño. El agua caía por las ventanas de una ciudad que no está acostumbrada al mal tiempo. En los rostros de la gente se nota, los buenos días son un cumplido, y el sol no está invitado a que coloree la torre más bella de la urbe. En definitiva, el día es triste, y en el calendario no hay un plan bonito, ni el café sabe igual.

Era una tarde fría y lluviosa, de viernes incluso. En el reproductor siempre suena la misma marcha, la misma copla y casi las mismas voces. No es nada nuevo, solo pequeños detalles que rondan en su cabeza solitaria mientras escucha la marcha de siempre, y las coplas de siempre, lo incita, lo estremece y lo condena.

Y aunque la tarde es fría, y lluviosa, el cambio en tu vida es algo sencillamente irracional, sucede porque tiene que suceder, y dibujas un sol en las caras nuevas, las que no conoces. Dibujas un paisaje más allá del bosque. El bosque al que tienes que volver cuando esas tardes son aún más frías y más lluviosas, porque la vida siempre tiene un invierno, en el que las olas te golpean con más fuerza.

Tienes que dibujar un paisaje para volar, porque en la orilla del río puedes ahogarte. Una playa con cara de pena es la que te lo está susurrando al oído, siete años tarde, pero tenía que sonar un viernes de lluvia y frío, como hoy.

Suena la mochila, de tanto peso, tienes que arrojar el amor, el veneno, las decepciones y fracasos, incluso las victorias.

Elije bien los recuerdos que quieres cargar. ¿Al menos que sean bonitos no?

Dibuja y colorea tus nuevos días. Tú puedes cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, el río por la playa, de novia, de religión, de Dios, pero no te olvides de lo que eres, no te olvides que en tu vida jamás podrás cambiar de pasión.

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